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  1. La Biblia es la única regla de fe y práctica, que nos ha sido dada por Dios a través de hombres inspirados por el Espíritu Santo. Así tenemos la seguridad de saber quién es Dios y cómo satisfacerlo.
  2. Que Dios es Padre de todos los que creen en Él y en Jesucristo, su Hijo, nuestro Eterno Señor y Redentor, concebido por obra del Espíritu Santo.
  3. En la infinita, eterna, indivisible e incomparable Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que, respectivamente, en infinita sabiduría, son nuestro Creador, nuestro Salvador y nuestro Santificador, en quien depositamos nuestra vida con tranquilidad, con seguridad, para conocer su voluntad.
  4. Que Dios creó el universo y todo lo que hay en él, desde las estrellas hasta los seres animados e inanimados, y especialmente al hombre a Su Imagen y semejanza (conocimiento, santidad y rectitud), y que desde entonces lo gobierna todo con una Mano justa y amorosa, cumpliendo así Sus Decretos eternos.
  5. Que a pesar de que Dios hizo al hombre a su Imagen y semejanza, llegó a caer, convirtiéndose en un miserable pecador y condenado al fuego eterno. De este estado, sólo podemos salvarnos si somos alcanzados por su infinita misericordia, transformados por su gracia, sin ningún mérito propio.
  6. Que esta gracia sólo la alcanzan los que reciben a su Hijo, Jesucristo, como su único Salvador, y que tal amor es indescriptible ante su infinitud.
  7. Que Jesucristo tomó sobre sí todo el pecado de los que creen en Él, lavándolos cuando fue crucificado, y que su resurrección al tercer día ratifica este plan eterno de amor y seguridad para los hijos de Dios, y que esta redención es eficaz y definitiva, y que nunca seremos apartados de su compañía.
  8. Que Jesucristo, en gracia indecible, vino una vez, murió y resucitó, volverá en majestad y gloria para juzgar al mundo en justicia y equidad, y para confirmar el destino eterno de la humanidad, y que nosotros, en Jesús, muriendo, resucitaremos con Él, en un cuerpo nuevo e incorruptible, para morar con Él por los siglos de los siglos.
  9. Que Dios, nuestro Padre, ha permitido que la humanidad perezca en delitos y pecados, pero su amor tan grande, con el que nos ha amado eternamente, ha escogido libremente para sí un pueblo para librarlo de toda quiebra espiritual de la miseria del pecado, y con este pueblo construir aquí su justo reino, del que se nos asegura ser miembros, en Cristo Jesús.
  10. Que Dios estableció la Iglesia como su Casa, dotándola del ministerio de la Palabra, de las santas ordenanzas (el bautismo y la santa cena) y de la oración, para que por estos medios se dieran a conocer en el mundo las maravillas de su gracia, y por la bendita acción de Jesús, su Hijo, en la operación del Espíritu Santo, recibieran, por la fe, las bendiciones de la salvación impartida a su pueblo.
  11. Ser una comunidad que sirve a Dios, adorándole en espíritu y en verdad, enseñando, practicando y proclamando su Santa Palabra, que es la Biblia, haciendo discípulos para proclamar su Nombre, sirviendo así a nuestros vecinos y a los que son domésticos en la fe.
  12. Que con la renovación del Espíritu Santo actuando en nosotros, seamos capaces de morir más y más al pecado y vivir más justamente, hasta el día del regreso del Salvador, cuando esta santa obra se completará efectivamente en nosotros. De ahí nuestra alegría y esperanza en una vida eterna mejor en su compañía.
  13. Que en virtud de esta maravillosa gracia, además de nuestra obligación de vivir una vida santificada y dedicada a Él, tenemos que llevar esta Santa Palabra a todos los rincones, para que la humanidad llegue a conocer quién es Dios y lo que significa su Santa y eterna voluntad, es decir, que sólo a través del lavado del alma en la sangre de Jesucristo hay esperanza de redención.
  14. Que, por tanto, Dios requiere de nosotros, al atender a estos medios de gracia, diligencia, preparación y oración, para que de este modo recibamos instrucción y fortalecimiento en la fe, en la santidad de vida y en el amor, para que utilicemos todos los medios, determinados por Dios, para proclamar su Palabra por toda la tierra.
  15. En la centralidad de la exposición bíblica en los cultos y reuniones, así como en la ética cristiana en la administración de la Iglesia.
  16. En la doctrina bíblica proclamada por la Reforma Protestante del siglo XVI, en los símbolos de fe de la Iglesia Presbiteriana de Brasil y en su constitución, principios de doctrina, liturgia y código disciplinario.
  17. Que, para Dios, en todo, debemos presentarnos de la mejor manera, ya sea en el discurso, en la vestimenta, en la excelencia educativa y en su obra.
  18. Que debemos respetar a las autoridades constituidas, pues vienen de Dios, y que debemos interceder por ellas; pues todo el poder dado por Dios, por Él se cobrará su uso, bueno o malo.
    Toda la honra y la gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. ¡Amén!

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