«No os juntéis en yugo con los infieles: porque ¿qué compañía tienes la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas?» 2 Coríntios 6:14
La sociedad contemporánea vive bajo la dictadura del relativismo moral. En esta cultura decadente, defender valores y principios absolutos es asumir una postura de radicalidad. Es llamarse retrógrado e intolerante. En esta sociedad enferma de pecado, la gente se ama a sí misma más que al prójimo, a las cosas materiales más que a la familia y a los placeres más que a Dios. Asistimos consternados al avance desenfrenado de la iniquidad, al crecimiento imparable del mal, a la escalada vertiginosa de la violencia.
Lo que vemos no es sólo la tolerancia al error, sino una flagrante inversión de valores. Llaman a la luz tinieblas y a las tinieblas luz; aplauden el vicio y se burlan de la virtud; se burlan del honor y alaban la impudicia; favorecen el crimen y penalizan la honestidad. En esta cultura pervertida y corrupta que destruye los fundamentos, rechaza la verdad, se mofa de la justicia, se burla de la pureza y degrada lo sagrado, debemos tener valor y firmeza de granito para no capitular ante las presiones del mal ni agazaparnos ante las seducciones del mundo. Aquí me gustaría destacar algunos valores no negociables:
En primer lugar, el valor de la libertad. La libertad es un valor no negociable. Una nación nunca será grande si sus ciudadanos viven atrapados por el miedo. Donde el pueblo tiene su voz amordazada, sus pensamientos patrullados y su opinión penalizada por el rigor de la ley, reina la opresión. La libertad es tan preciosa como la vida. Nunca debemos defender las ideologías que promueven el recorte de la libertad, el control de la opinión y la supresión de las libertades.
En segundo lugar, el valor de la propiedad. Todo régimen político o económico que ataca el derecho a la propiedad desciende a la violencia, promueve la injusticia y perturba la paz. Los regímenes socialistas, en nombre de la justicia social, allí donde se han establecido, han promovido la pobreza generalizada. También hay que destacar que el patrimonio construido a lo largo de los años gracias al trabajo desinteresado de los padres pertenece a sus descendientes y no al Estado. Los hijos no deben ser vistos como parásitos; son herederos legítimos.
En tercer lugar, el valor de la familia. La familia es el mayor activo de una nación. No hay nación fuerte con familias débiles y fragmentadas. Destruir los pilares de la familia es derrumbar la propia nación. Valorar el matrimonio y el papel de los padres en la educación de los hijos es la forma más segura de construir un país fuerte.
En cuarto lugar, el valor de la vida. La vida comienza en la concepción. El embrión gestado en el vientre de la madre no es una masa humana que pueda desecharse, sino una vida humana que hay que proteger. No se puede construir una nación justa derramando la sangre de los inocentes. Asimismo, la paz no puede establecerse allí donde se comercia con la vida, se la esclaviza y se la arrebata prematuramente en los antros del narcotráfico. La vida es sagrada y debe ser protegida en todas sus etapas.
En quinto lugar, el valor de la moralidad. La integridad moral en las instituciones públicas, en la familia y en la iglesia no debe ser sólo una prenda para sacar una foto perfecta; debe ser, más bien, el ornamento de la vida. El ejemplo de integridad moral debe venir de arriba y comenzar con los líderes. Es un hecho incontrovertible que observamos a nuestros líderes más de lo que los escuchamos. Serán maestros del bien o promotores del mal. Serán escultores de lo eterno o sastres de lo efímero. La Palabra de Dios dice que el pecado es el reproche de las naciones. Sin integridad moral, la sociedad se corrompe y la nación sufre.
Es hora de resistir esta ola de negligencia moral que está devastando el mundo. Es importante que trabajemos incansablemente en la búsqueda de valores morales no negociables que allanen el camino hacia el orden y el progreso de la nación.
Nuestra identidad
Una familia de discípulos de Jesús, fundamentada en la Biblia, comprometida con la Reforma, que proclama la buena nueva de la salvación, que trabaja por la restauración de las personas y que coopera en la construcción del reino de Dios.